Cartagena
¿Qué pasa en Cartagena? Madres de jóvenes desaparecidas denuncian similitudes estremecedoras en sus casos
Los familiares de las mujeres no descartan que se trate de una red de trata de personas que delinque en Cartagena.


En Cartagena, Bolívar, hay una historia no contada que se repite una y otra vez frente a la inmensidad del mar: jóvenes mujeres desaparecen sin dejar rastro en medio de unas condiciones similares. La ciudad presume seguridad, turismo e historia, pero sobre el paradero de Tatiana, Alejandra, Karina y otras tantas que no han denunciado por temor, es poco lo que dicen.
La historia de la joven estudiante de medicina Tatiana Hernández Díaz no comenzó en el Caribe con la desaparición sino con el sueño de cumplir su año rural para poder graduarse como médica en la Universidad Militar Nueva Granada de Bogotá.
Lo que era un requisito para su grado, terminó en un completo calvario para sus familiares y amigos. El último rastro de Hernández fue en el centro histórico de Cartagena, una de las zonas más transitadas de la ciudad, de donde desapareció y más de 40 días después no aparece. Nadie dice nada y nadie sabe su paradero, como si la tierra se la hubiera tragado.
Y ni hablar de las cámaras de seguridad, porque no hay imágenes de su tránsito. Las cámaras, como ha ocurrido en otros casos, “no funcionaban”.
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La mamá de Tatiana, doña Lucy Díaz, lo ha dicho en todos los tonos y de todas las formas posibles a las autoridades y medios de comunicación que le hemos seguido el rastro a su caso desde la desaparición.
“Tatiana entró al centro histórico y alguien la tiene oculta”, dice la mujer en la última conversación sostenida con SEMANA. A la mujer del interior del país, no le cabe en su cabeza que su hija se haya lanzado al mar, hipótesis principal de las autoridades en Cartagena. A tal punto que desde la Alcaldía contrataron un robot chileno para una búsqueda subacuática que terminó en nada, porque en las profundidades no hay rastro de la joven.
“Eso solo desvía la atención. Mi hija nunca estuvo en el agua”, asegura. Para Lucy, el hallazgo de las sandalias y el celular de Tatiana no fue más que una escena sembrada, una distracción para los investigadores judiciales del caso.

La mujer, en medio de la conversación, precisó que “es increíble que las autoridades no sepan nada después de todos los días que han pasado desde que mi hija desapareció como por arte de magia. Mi hija no desapareció sola, y no voy a parar hasta encontrarla”.
Alexandrith no aparece
En medio del angustiante sol cartagenero, María Alejandra Arroyo aún dice que siente el mismo dolor, la misma angustia que sintió el día que su hija Alexandrith Sarmiento desapareció el 19 de marzo de 2021 (tenía 16 años). Con la voz entrecortada cuenta que salió de su casa en compañía de su tío político, porque este le enseñaría a manejar una motocicleta, pero se la llevó hasta las playas de Punta Canoa, una zona solitaria. Minutos después, el hombre dijo que la menor de edad se había ahogado, pero su versión a los investigadores nunca les encajó.
“Yo supe desde el primer momento que era mentira. Las versiones del hombre eran contradictorias, los detalles no coincidían. La Fiscalía encontró suficientes inconsistencias como para capturarlo y condenarlo”, dice María en medio de las lágrimas.
María Alejandra dice que aunque ante la justicia hay un responsable que ya fue condenado, su hija, quien tendría 20 años en 2025, sigue perdida. “Después de la sentencia de Wayner Ayola Torres, nadie más me ha llamado. Es como si el caso ya estuviera cerrado, pero mi hija sigue sin aparecer”.

Lo más aterrador es lo que intuye: que su hija no está muerta. “Yo siento que está viva. Que la sacaron en una camioneta y la tienen en algún lugar”. Su voz se quiebra cuando habla del olvido institucional: “No quiero ser una más de las que se resigna. Mi hija merece que la sigan buscando”.
Varios elementos personales de Alexandrith fueron encontrados como los de Tatiana, pero no saben de su paradero.
15 años con el mismo patrón
Karina Cabarcas, una joven estudiante de trabajo social, desapareció en junio de 2011. Lo que se ha conocido es que salió a caminar con su novio por la zona conocida como Las Tenazas, frente al mar.
Unos días después, el joven apareció ahogado y la mujer no apareció. Doña Norma, madre de la joven, comenzó la incansable búsqueda que la llevó por barrios populares, por ciudades como Bogotá e incluso a seguir pistas telefónicas de gente que aseguraba haberla visto. Ninguna dio frutos.
Rosiris Murillo, activista y vecina del barrio Torices, recuerda cada paso de esa búsqueda, porque la hizo como si se tratara de su hija.
“Hemos hecho rituales de luna llena, plantones frente al mar, talleres de formación para empoderar a las familias, pero no hay respuestas. Solo el silencio de las autoridades en Cartagena”, dice aún con la esperanza de que puedan encontrar a las jóvenes desaparecidas.
Para Rosiris, el caso de Karina fue el primero de muchos. Y lo más grave es que, al igual que con Tatiana y Alexandrith, la escena se repite: una mujer joven, profesional o estudiante, desaparece cerca del mar; las cámaras no funcionan; aparecen sandalias; el caso se enfría rápidamente: “Es como un guión siniestro que alguien repite, una violencia oculta que nadie quiere ver”.
Mujeres buscadoras
Rosiris Murillo también es la representante legal de la Asociación Grupo Artístico de Mujeres Espejo. Con su colectivo, ha acompañado los tres casos más recientes de desapariciones de mujeres en Cartagena. Su experiencia le ha dado una certeza difícil de escuchar: “Aquí hay trata de personas y hay complicidad con el silencio institucional”.
La organización trabaja con mujeres migrantes venezolanas y ha documentado patrones de explotación sexual, prostitución forzada, incluso “compra” de niñas que residen en barrios populares.
“Nos han contado casos en los que a una niña la recoge un carro y la devuelve a los cuatro días, drogada. Eso pasa aquí, en Cartagena”, denuncia.
La hipótesis que toma más fuerza es la existencia de una red de trata que opera en los sectores populares, pero que se camufla entre la Cartagena turística.
“Esta es una ciudad dividida: la de los turistas y la de la vulnerabilidad. Y es en esta última donde las niñas desaparecen”, afirma Rosiris.
Las madres han tenido que arriesgar su vida para seguir pistas que las autoridades ni se toman el tiempo de revisar: “Vamos a Pasacaballos, a barrios lejanos, porque alguien dijo que vio a una de las desaparecidas. Las madres lo hacen con el corazón, sin miedo. Porque lo único que quieren es volver a ver a sus hijas”.
Las historias de Tatiana, Alexandrith y Karina son distintas, pero se entrelazan por el dolor, por el mismo patrón, por la impotencia y por el abandono de las autoridades.
Las madres no piden milagros, piden justicia. Las organizaciones sociales no buscan confrontar, buscan respuestas. Y Cartagena, entre las murallas que atraen turistas y las playas que esconden secretos, parece haber olvidado a sus propias hijas.
“Queremos que el turismo no sea la fachada de un infierno. Queremos que esta ciudad deje de ser peligrosa para sus mujeres”, concluye Rosiris.